jueves, 23 de julio de 2009

EL AMOR Y EL PERDÓN

.EL AMOR Y EL PERDÓN

Dice Jesús: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten y vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos” (Lc 6, 27-35).

“Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”

(Jn 15, 12-13).

El mandamiento del amor es uno de los mayores dones que nos da Jesús, es como si nos dijera: “os doy mi corazón y mi espíritu para que podáis amaros los unos a los otros como yo os he amado, con el mismo amor, el mismo espíritu y los mismos frutos”. Es algo que realmente puede cambiar nuestra vida y nuestra sociedad.

Cuando Dios da una orden no toma en cuenta nuestra habilidad, sino la suya y es que la ejecución de sus órdenes no depende de nuestra fuerza, sino de la suya. De ahí que Dios nos mande lo casi humanamente imposible, como “amar generosamente a los que menos se lo merecen, hacer el bien a los que nunca responden, devolver bien por mal…etc.” y es que los mandamientos de Dios son gracia y garantía de asistencia divina y cuando los aceptamos con fe y humildad, Dios nos reviste de su fuerza para que podamos realizar algo muy superior a la nuestra. Cuanto más imposible sea para el hombre realizar lo que Dios nos pide, tanto mayor la gracia que nos ofrece.

Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Señor ¿Cuántas veces tengo qué perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”

(Mt 18, 21-22).

Jesús no ha venido a enseñarnos matemáticas para que vayamos por la vida contando números, sino que ha venido a establecer el Reino de los Cielos y a enseñarnos a vivir según la ley del Reino, la ley del amor y el perdón.

Cuando Jesús nos ordena perdonar setenta veces siete, es decir, siempre, nos está diciendo: “Yo os ayudaré a perdonar sin reservas, sin resentimientos, sin recuerdos amargos, igual como yo perdono”. Si aceptamos su mandamiento y lo cumplimos con su gracia, conoceremos la victoria del bien sobre el mal y nos liberaremos de nuestro propio orgullo y egoísmo volviéndonos sencillos y humildes.

El amor se apoya en la fe. Un amor a toda prueba y un perdón incondicional, necesitan una fe viva que va más allá de apariencias humanas y descubre la increíble dignidad de todo ser humano. Con nuestro perdón generoso y nuestro amor perseverante, la gracia de Dios podrá hacer milagros, tanto a nosotros por nuestro amor y perdón, como en su momento a la persona que hemos perdonado incondicionalmente. Si llegáramos a encontrarnos en una situación en la que necesitáramos la ayuda de Dios para salir de ella, lo primero que debemos hacer, es perdonar a los que nos han creado esta situación.

Jesús nos enseñó a orar con la oración del Padre nuestro y en ella hallamos estas palabras:”Danos hoy nuestro pan de cada día…”. El perdón sincero e incondicional, es el pan amargo de cada día que nos da fuerza para superar la tentación y vencer el mal en nuestra vida, ya que el rencor, la venganza y sus secuelas nos da como resultado el sentimiento de culpabilidad, tristeza, temores, angustias, nerviosismo… Gracias a ese pan del amor y el perdón, podemos vivir en comunión constante con Dios y nuestros hermanos, podemos vivir en paz con el mundo que nos rodea, libres de muchas tensiones que ponen en peligro nuestra salud.

“Hombre que a hombre guarda ira, ¿cómo del Señor espera curación?”

(Si 28, 3).

Las personas que no son capaces de perdonar seguramente que no han caído en la cuenta de que el rezo del Padre nuestro es signo de condenación para ellas, ya que seguramente no son conscientes del significado que tienen las palabras: “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…”. Estamos pidiendo al Padre que nos perdone igual que nosotros perdonamos, pero si nosotros no perdonamos Dios tampoco nos perdona.

“Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6, 14-15).

Por tanto, debemos tener muy en cuenta lo importante y necesario que es el perdonar cualquier ofensa de cualquier persona si queremos que Dios nos perdone, sin olvidar nunca que por naturaleza somos pecadores.

Dice el Maestro: “Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte, quítate y arrójate al mar y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá” (Mc 11, 22-23).

Ello no quiere decir que si mandamos con toda fe a una montaña arrojarse al mar lo haga, Dios creo esas montañas majestuosas, que

sigan donde deben estar. Pero hay otras montañas que Dios no creó y que están donde no deben, en nuestro corazón, en nuestra familia, en la sociedad, en nuestras parroquias… y son problemas creados por el hombre pero sin solución del hombre. De esas montañas habla Jesús, pero si recurrimos a Dios en oración salida del corazón, con fe, con esa fe que no vacila, veremos desaparecer muchas de estas montañas, veremos milagros, pero para que ello suceda Jesús exige tres condiciones: FE INQUEBRANTABLE, AMOR SIN LÍMITES, PERDÓN INCONDICIONAL.

“Por eso os digo, todo cuanto pidáis en oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre os perdone vuestras ofensas”

(Mc 11, 24-26).

Jesús exige fe y confianza en Dios a toda prueba, amor total a nuestros hermanos y perdón universal e incondicional perdonando cualquier cosa que tengamos contra cualquier persona. Su ley no admite excepción. Si la fe, el amor y el perdón van de la mano, se apoyan mutuamente, se mantienen las tres firmes, realizan milagros, pero si se tambalean, no hay milagros.

A veces hay personas que dicen: “yo quiero perdonar, pero no puedo”, o bien: “yo le perdono, pero cada vez que le veo me hierve la sangre”. Es un buen comienzo pues el perdón verdadero empieza con una decisión libre o deseo de voluntad, QUIERO PERDONAR.

Si vemos que no podemos es porque nuestros sentimientos están muy heridos y protestan, o porque nuestro corazón está rodeado de mecanismos de defensa, en cualquier caso necesitamos sanación de recuerdos. Para ello debemos acercarnos al Médico Divino o a uno de sus instrumentos, explicar nuestro caso y orar por la sanación. El mismo Dios que nos llama a perdonar nos ayudará ha hacerlo de veras si nosotros lo deseamos de veras, el Señor espera nuestra libre decisión, el deseo de perdonar y Él hace todo lo demás o nos ayuda ha hacerlo.

Visualicemos a Jesús clavado en la cruz, con los ojos mirando al cielo y escuchemos sus palabras:”Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Jesús perdona y pide al Padre que perdone a los que lo han crucificado, a los que han cometido el crimen más grande de la historia de la humanidad, Jesús perdona y pide al Padre que perdone a los que injustamente lo han maltratado, insultado, calumniado, azotado, negado, abandonado, sentenciado… En cuantas ocasiones durante nuestra vida hemos hecho y hacemos nosotros lo mismo con Jesús. Pensemos y reflexionemos en ello y comprobaremos, tal vez con asombro, la cantidad de veces que nos hemos transformado en verdugos de Jesús

¿No seremos capaces de perdonar cualquier ofensa, que por muy grande que nos parezca, jamás podrá compararse por lo que tuvo que pasar Jesús?

Junto a la cruz, visualicemos también a la persona o personas que nos han herido, visualicemos también a la Virgen María y junto con ella pidamos a Jesús que nos de su corazón y sus entrañas de misericordia. Pidámosle que por el poder de sus heridas sane las nuestras y las de esas personas y démosle gracias por hacerlo. Pidamos a María que nos defienda de toda tentación y sobre todo del espíritu de odio, rencor, venganza y autocompasión. Pidámosle la gracia y humildad necesarias para buscar y hallar la reconciliación.

Todos hemos sido ofendidos en algún momento de nuestra vida con algo que realmente nos ha enojado de verdad y como seres humanos que somos, nos hemos ido por el lado más fácil para suprimir este enojo y lo hemos escondido en nuestro subconsciente en lugar de enfrentarnos a él, por lo cual no hemos perdonado a quien nos ha ofendido y con el paso de los años vamos acumulando más y más hasta que llega un día que comienza a fermentar y nuestro carácter se vuelve agrio, por nada nos enojamos y todo por no haber perdonado. Pero si todos estos sentimientos ocultos los hacemos salir al exterior podremos combatirlos con el amor y el perdón y vernos totalmente liberados.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

TECOLOTITOS

BIENVENIDOS A ESTE RINCOCITO DEL SEÑOR

LOS TECOLOTITOS SOMOS UN GRUPO DE ORACION
DE LA RENOVACION CARISMATICO CATOLICA
INTERNACIONAL